Gracias a las lúcidas reflexiones de Andrew Carnegie vertidas en estas páginas, podemos asistir al impulso inicial del capitalismo relatado por uno de sus primeros y más notables paladines. Y este fresco se nos muestra en su estado original, con todas sus luces y sombras. La defensa a ultranza de la competencia y el elitismo del talento que impregna esta obra —solo un selecto grupo de “ganadores” debe controlar el sistema—, puede ser considerado hoy políticamente incorrecto por el pensamiento hegemónico. Sin embargo, junto a la competencia, Carnegie fue plenamente consciente del valor de la cooperación. Su apuesta por el trabajo en equipo y por la filantropía lo aleja del crudo darwinismo social. Para Carnegie, un gran poder conlleva siempre una gran responsabilidad, de ahí el omnipresente mensaje de este evangelio: alcanzar el éxito representado por la riqueza implica aceptar la obligación inherente de usarla en beneficio de toda la sociedad.